Conocí la existencia de Cortázar, quizá como cualquier otro lector, a través de RAYUELA, y fue ento
nces cuando descubrí la horma de mi zapato literario; ante mí se desplegó todo un abanico de sensaciones y sorpresas, ya que desconocía que se pudiera conseguir, en una novela, esa fusión genial de todos los géneros literarios, abrazándolos de tal manera que provoque en el lector la impresión de estar engullendo todo lo importante de la literatura.Para entonces yo ya era adicta a su discurso, una mezcla entre lo posible y lo imposible, imaginarios cotidianos, todo un universo de lo que pasa desapercibido, una conexión casi perfecta entre lo verdaderamente real, escondido tras lo irreal.
Eso fue y sigue siendo lo que más me llamó la atención de su producción, porque aún sigue teniendo vigencia, porque la vida aún sigue teniendo mucho de fantasía y lo mágico, mucho de realidad.
Así entiendo yo las obras del autor argentino, no como meras lecturas, sino como lecturas que obligan a una reflexión profunda del texto, dando lugar a esa necesidad de ir más allá ( o más acá) de la palabra, de asir su significado y exprimirlo, hasta conseguir disfrutar de esas figuras ficticias que tienen su propia autonomía, de esos conceptos inventados que presentan su correspondencia en este mundo; esa manera de entender el amor, lo social, lo político, como un juego en el que no hace falta conocer las normas.
Hoy, recordando su ausencia y celebrando su palabra, no puedo terminar sin reproducir cierto fragmento de una obra de Cortázar, palabras acertadas, como siempre, con las que me siento identificada, como siempre.
"No aceptar otro orden que el de las afinidades, otra cronología que la del corazón, otro horario que el de los encuentros a deshora, los verdaderos".
Marta Delgado. Homenaje a Julio Cortázar en el 95º aniversario de su nacimiento.
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