lunes, 30 de agosto de 2010

viernes, 20 de agosto de 2010

Inéditos veraniegos (X)

CÓMOHASCRECIDO

- ¿Eres el hijo de la Carmina?

- Eh, sí...

- Madre del amor hermoso, cómo has crecido hijo mío, si la última vez que te vi eras un zagal y lo guapo y lo alto que te has puesto, madre mía. Y el caso es que desde lejos no sabía si eras tú, pero al acercarme me digo "ese tiene que ser el crío de la Carmina la del Zaranda", y no te reconocía hijo mío, la de años que han pasado y lo fortachón que te has puesto, si estás hecho un tío. Me dijo tu madre que estabas estudiando en Inglaterra o por ahí, ¿no?

- Bueno, de eso hace...

- Ay hijo, ¿cómo te vas tan lejos? Si es que la juventud de ahora no paráis de correr por ahí y de coger aviones... y hacéis muy bien, que nosotras lo único que hicimos fue trabajar, casarnos enseguida y ponernos a tener hijos, disfruta tú qué puedes hijo mío. Pero... ¿te acuerdas de mí, verdad? Soy la Pacita, la vecina de tu abuela María.

- Sí, claro...

- Si es que han pasado tantos años, eras un zagalico, te traía tu abuela María, que en gloria esté, a mi casa y te ponías en un rincón callaico a leer los tebeos que tenía por allí mi Juan, y mírate ahora lo grande que te has puesto. ¿Tienes novia?

- En realidad...

- Y el caso es que el otro día me acordé de ti. Le dije a mi Pepa: el tiempo que hace que no veo por el pueblo al hijo de la Carmina. Y ahora casi ni te reconozco del estirón que has pegado y lo guapetón que te has puesto. Bueno, hijo mío, me voy que aún tengo que ir al mercao y hacer la comida. Dale recuerdos a tu madre de parte de la Pacita. Hasta luego, hijo, ve con Dios.

Mientras Pacita se aleja, te quedas embobado durante unos segundos que terminan cuando un chaval que acaba de salir del instituto cercano te dice:

- Papá, ¿te pasa algo?

- Eh, nada, nada, Carlos, que me acaban de quitar 20 años de encima.


BASILIO PUJANTE CASCALES

domingo, 15 de agosto de 2010

Inéditos veraniegos (IX)

SUBMARINO DE RECREO


Ha sido demasiado rápido.

Primero fue un ligero crujido. Un par de técnicos han llegado corriendo con sus herramientas y sus tubos de silicona a la enorme cristalera desde la que contemplábamos las maravillas del fondo marino.

Después, el murmullo del crujido se ha transformado en un ensordecedor estruendo, cuando el grueso cristal ¨irrompible¨ ha cedido por completo y el agua ha comenzado a entrar por todas partes .

Los 3-4 primeros segundos han sido fáciles: el pánico se ha apoderado de la veintena

de personas que allí estábamos ,buscando inútilmente una salida cuando el agua ha empezado a llegarnos a los tobillos.

Cuando he logrado recomponerme, he echado mano de mi pequeño portátil, y aquí me encuentro, intentando narrar lo que sucede a mi alrededor.

Los gritos de histeria van en aumento, de forma proporcional al nivel del agua .A esta profundidad, es de idiotas ponerse nervioso ante lo inevitable, pero ellos siguen empeñados. El portátil apoyado ahora sobre un alto estante .el agua por los hombros.

está fría. más gritos.

comienzo a flotar.agarro el ordenador.s difcil ecrbir asi.trago auga,stoy trnqilo,stms joodds,n pdueo seg


Eduardo Marín

jueves, 12 de agosto de 2010

Inéditos veraniegos (VIII)

Pasado por agua

Sentado en el interior del coche, veo pasar cardúmenes de peces a través del parabrisas. Imagino que aquí dentro tiene que hacer frío, pero hace tiempo que ha dejado de preocuparme. Permanezco sentado, con las manos aferradas al volante en un último y absurdo intento de evitar la tragedia. El agua se desliza entre mis dedos, envuelve mi cuerpo como una mortaja.

Recuerdo las sirenas de los coches, las luces brillantes, la sensación de velocidad, el quitamiedos quebrado, el grito.

En el asiento de atrás descansa la bolsa con los billetes y la pistola. Ya no pienso mucho en ello, claro, pero lo cierto es que el buceador que se aferra a la ventanilla del coche, a mi lado, es lo primero que ha mirado. Imagino que mi cuerpo no debe de tener buen aspecto, pues apenas le presta atención. Está claro que ha llegado a la conclusión de que, haga lo que haga, yo voy a permanecer sentado allí mucho, mucho tiempo.

Otro buceador avanza hasta el recién llegado; entre ambos aseguran ganchos y cadenas al armazón del coche. Se separan lentamente del vehículo y, de pronto, todo se mueve.

Estamos subiendo.

El agua se escapa en diminutas cascadas por cavidades del automóvil que desconocía. Es de día y hace calor, mucho calor, lo que hará que pronto el olor sea insoportable. La grúa nos deposita con rudeza sobre el asfalto, un asfalto repleto de hombres y mujeres uniformados y de paisano que danzan en el interior de un cercado vallado con cintas amarillas. Una de las mujeres se acerca hasta mí, me mira. En sus ojos anida un sentimiento inusual. Lástima, quizá tristeza por la forma en la que han terminado las cosas, quizá por mí.

Supongo que cuando abran el maletero y descubran al niño que me llevé como rehén dejará de mirarme de esa forma.


SANTIAGO EXIMENO

viernes, 6 de agosto de 2010

Inéditos veraniegos (VII)

DULCE CEBICHE

Tras el inesperado naufragio, me encontré rodeado por cientos de individuos que, clamando por auxilio con desesperación, flotaban indefensos sobre las crueles aguas del océano. Como estas ocasiones ameritan, cada uno de nosotros buscó, como pudo, su propia supervivencia.

Una joven rubia fue la primera en verme nadar ávidamente contra la corriente, antes de sentir la afilada caricia de mis dientes contra su jugoso cuerpo.


ESTILO ORIGINAL

Un enorme huevo de pez fue arrastrado por la brava marea hasta una playa solitaria. Al sentir el calor del sol veraniego acariciando el cascarón, el pez supo que era el momento de nacer. Asomó su cabeza tímidamente y observó a una cangreja alegre que lo miraba con los ojos desorbitados.
- ¿Mamá? – preguntó el pececito.
- ¡Comida! – pensó la cangreja.
Sin embargo, al ver la mirada tierna y transparente del recién nacido, el crustáceo logró vencer su instinto y adoptarlo como si fuera un hijo de su propio vientre. Lo condujo a los empujones hasta las aguas de la costa y le enseño su nuevo hogar. Allí, el pez se sintió espléndido, como debe sentirse un pez en el agua. Y fue así que, gracias a la influencia de su madre de leche, el pequeño pez aprendió a nadar con un original movimiento hacia atrás, inventando un nuevo estilo que los demás peces adoran imitar.

Estos dos microrrelatos son de MARTÍN GARDELLA. Podéis leer más textos suyos en su blog personal.