miércoles, 15 de septiembre de 2010

"Música para ascensores" de José Daniel Espejo

El recurrente dicho sobre los profetas y su tierra se cumple demasiado a menudo en el campo de la Literatura. Por eso, hoy os traemos la recomendación de un libro de José Daniel Espejo (Orihuela, 1975), un poeta cuya residencia en Murcia no nos debe impedir situarlo como uno de los mejores autores de poesía de su generación.

Música para ascensores (2007) nos muestra una voz muy personal que habla de temas cotidianos sin ten
er, por ello, que utilizar un lenguaje llano. Se trata de un conjunto de poemas metaliterarios, amorosos o metafísicos que emplean un lenguaje que mezcla el lirismo con referencias más convencionales. Un ejemplo del despojamiento de prejuicios del que hace gala Espejo son las citas que encabezan varias de las secciones de Música para ascensores; en ellas las voces de los grandes maestros que suelen adornar los libros de otros jóvenes poetas, son sustituidas por referencias a la revista National Geographic, al autor de bestsellers Ken Follett o a la película Regreso al futuro.

Os dejamos algunos poemas tomados de Música para ascensores (2007), libro publicado por la Editora Regional de Murcia y que recibió el XXI Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás.

"Los grandes tiburones"

Nosotros que quisimos entregarnos
a la Teoría de la Literatura, recorrer
el prodigioso siglo XX en las obras tenaces
de formalistas, marxistas, o deconstructivistas,
etcétera etcétera henos aquí
rodeados de tiburones. Mira, fíjate,
una metáfora, dice alguien. Pero qué va:
los tiburones son reales.


"39"

Un poema de amor sin conflictos, algo
como estamos mi amada y yo esta tarde en la playa
y está desierta, y sopla la brisa, y nada nos perturba.
Vienen
el infinito y el silencio, teóricos del Zen,
vendedores de helados. No pueden entrar
ni aparcar con sus coches: a este instante,
a esta playa desierta, a este poema.

"Charo y otros poemas"

Eres un poema, cierto, pero no uno de ésos
que se pudren en las páginas de oscuras
antologías del siglo dieciocho
o fanzines de los años noventa: tú eres uno
que todo el mundo se sabe, cuyos versos repiten
en la radio y en la escuela, y la gente se dice
ante una chica bonita, o si se hacen unas risas,
o son felices, o, sobre todo, al llegar a casa
mientras fuera está cayendo la tormenta del milenio.

"XX"

Amor,
Te he cosido a la piel de mis manos
Con una Máquina que hacía tictac.

"Miguelito battles the pink robots"


Yo que tanto sabía, sobre el papel, de la Nada
no sabía que la Nada consistía en despertarse
un lunes a las dos con la cama empapada
y que aquello fuera sangre, y que la sangre viniera
del útero de Charo embarazada de tres meses
de mi pequeño, mi amado, mi precioso hijo Miguel.

La Nada prosiguió en una sala de urgencias,
una médico que dijo que no había nada que hacer
y nos mandó para casa, a esperar un milagro,
durante dos días. Qué sabía yo, de la Nada,
o la Nada de mí, y ahí nos vimos las caras,
nos sacudimos bien. Y los días pasaron,
pero no como días normales hechos de tiempo,
sino como libros eternos, de páginas iguales.
Te dije tantas, tantas veces las mismas frases
que me dio miedo que te hartaras de mí.
Te dije agárrate, quédate ahí con la mamma,
te dije ven, o salta de este lado,
o dame la mano hasta que se olviden de ti
éstos que vienen a buscarte, y sobre todo
te dije, Miguel, tienes que ver esto,
tienes que ver esto, muchachito, vas a ver.

Entonces yo, que tanto había leído de la Nada,
me preguntaba sorprendido: ¿qué tiene que ver?
¿qué es eso que estás viendo tan valioso
ahora, tras tus cursos de la Nada,
tu licenciatura en Nada, qué hay que merezca
ser visto, que no te puedes perder?
Ah, era ésa una pregunta difícil.
Yo ya sabía la respuesta, pero aún
no podía formularla, y miraba
las montañas del sur de la ciudad
repletas de pinos tostados, los árboles de las aceras,
lo poco que a mediodía en julio se ve
sin gafas de sol ni haber dormido,
más que nada miraba las chicas,
las nubes en fuga, el cielo azul
y repetía: Miguel,
tienes que ver esto, cómo puedes decirme
que vas a dejarlo todo, que te largas
a estudiar el lenguaje de las sombras
con todo lo que tengo que enseñarte,
con todo lo que aún no has visto por aquí,
pequeño Miguel.

Y llegó el jueves como llega
hasta en las pesadillas el final de la escalera
y te vimos moverte en una ecografía
con el corazón a ciento diez, y sonreímos,
y a mí volvieron las voces a preguntarme
qué era eso que había que ver
tan importante, si no creía en la Nada
y en el Existencialismo, yo, tan leído,
que qué pasaba con Beckett, entonces, que le dijera
a él lo que a Miguel un poco antes,
que volviera al redil. Y contesté:
qué coño. Y repetí: qué coño, señores,
de acuerdo que no hay Dios, pero qué importa
si tenemos esto otro: las montañas,
el camino hacia la playa (en ese punto
los dejé solos y hablé para Miguel),
y la brisa del mar y los pasteles de carne
y la voz de Keren Ann y a Miyazaki
y los libros de Žižek y los pechos de tu mamma,
cómo puedes pensar en perdértelo sin probar,
cómo puedes desertar sin hacerte tu lista
de placeres irrenunciables, contrastándolos todos,
sabiendo de qué hablas cuando hablas de amor.
Otra cosa no te doy, pero es suficiente,
y a cambio nada pido. O si acaso
que no te hagas concejal de Urbanismo
ni traficante de armas, que no le cuentes
a las madres de tus amigos
las palabras que te enseño en este poema,
lo mal que hablamos, tú y yo, cuando decimos la verdad,
los terribles insultos que lanzamos a los siervos de la Nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente poemario, de lo mejorcito que he leído últimamente :)

(Mari Cruz)

Joseda dijo...

Muchas gracias por recomendar mi libro. Si me permiten, les recuerdo que se puede leer íntegra y gratuitamente en Google Books: http://books.google.es/books?id=A_QU15VRM5sC&printsec=frontcover&source=gbs_v2_summary_r&cad=0#v=onepage&q=&f=false

Un saludo.