martes, 2 de agosto de 2011

Los mártires de la Literatura


Los mártires de la Literatura - Basilio Pujante Cascales


La trágica y precoz muerte de Amy Winehouse la ha catapultado inmediatamente a la lista cada vez más amplia de músicos malditos. Kurt Cobain, Janis Joplin, Jim Morrison o Jimi Hendrix fallecieron también tras haber consumido tan sólo veintisiete años de sus respectivas vidas, lo que los ha convertido en lo que el grupo Def con Dos llamaba, no sin mala baba, mártires del rock.

El elogio del cadáver joven está en el ADN de esta música, pero en otras artes también se da este fenómeno de gloria póstuma al que muere sin haberse dejado atrapar por la vejez. En el caso de la Literatura la nómina de autores con una biografía atormentada o con una muerte trágica es amplia, pero sus componentes son quizás menos conocidos por el gran público que los integrantes del panteón del rock antes citado.

Podemos iniciar este recorrido, aunque sin duda existen otros nombres anteriores, con uno de nuestros grandes poetas: Garcilaso de la Vega. Su vida estuvo llena de aventuras, conquistas amorosas y dedicación a las Letras. Sin haber abandonado la treintena falleció tras la toma de la fortaleza francesa de Le Muy, donde, según se cuenta, fue el primero en atacar las defensas galas. Su obra fue editada por primera vez siete años después de su muerte, gracias a su amigo Boscán y a su viuda.

Tras este antecedente hispánico de éxito literario póstumo, debemos dirigir nuestra mirada a Francia, cuna del malditismo en todas sus vertientes. Entre los autores que encontramos en el país vecino se encuentran Rimbaud, por su extrema precocidad, y Genet, por su marginalidad. El primero fue un auténtico enfant terrible del París del XIX por su lírica, por su vida disoluta y por su relación con Verlaine; todo ello sin haber cumplido los dieciocho años. Jean Genet, por su parte, encarnó el prototipo de artista marginal durante una juventud en la que simultaneó la escritura con el ejercicio de la mendicidad, la prostitución y las frecuentes estancias en prisión.

En el mundo anglosajón existen también escritores que engrosan esta lista de malditos; algunos por su trágico fallecimiento, otros porque su gloria literaria sólo fue póstuma. Entre los primeros hay varios que optaron por el suicidio como método para poner fin a su vida, como Virginia Woolf, Ernest Hemingway o, más recientemente, Hunter S. Thompson. Todos ellos habían logrado antes el éxito, lo que se le negó en vida a escritores como Emily Dickinson, recluida en su habitación durante gran parte de su existencia. El norteamericano John Kennedy Toole cumple ambos requisitos para ingresar en el malditismo: se suicidó por los continuos rechazos que su obra recibía de las editoriales. El empeño de su madre logró que una década después de su fallecimiento su libro, La conjura de los necios, fuera un éxito de crítica y público.

Volviendo a nuestro país, si hablamos de escritores que murieron en la cúspide de su carrera literaria no podemos dejar de citar el nombre de Luis Martín-Santos. El autor de Tiempo de silencio falleció, sin haber cumplido los cuarenta años, en un accidente de tráfico. Recientemente nombres como los de Roberto Bolaño o Francisco Casavella se han unido a esta lista maldita, si bien ambos ya poseían una sólida y amplia trayectoria narrativa en el momento de su muerte.

El suicidio de algunos autores también ha influido para que nuestro país tenga su propio panteón de autores malditos. El pintor y literato Pedro Casariego Córdoba murió arrollado por un tren antes de cumplir los cuarenta, dejando una singular obra lírica que merece ser rescatada del olvido. Mayor precocidad mostró el canario Félix Francisco Casanova, que con tan sólo 19 años murió en extrañas circunstancias dejando una más que interesante colección de escritos entre los que destaca su novela El don de Vorace, recientemente publicada.

No podemos terminar este repaso sin mencionar al poeta maldito por excelencia de las letras españolas: Leopoldo María Panero. Su obra poética se encuentra entre las más destacadas de su generación, pero su endeble salud mental ha sido lo que lo ha convertido en símbolo del malditismo. Su experiencia en los psiquiátricos de Mondragón y Las Palmas de Gran Canaria está presente en sus poemas, y tiene su antecedente en otros grandes escritores que tuvieron graves problemas mentales como Nietzsche o el suizo Robert Walser.


Hasta aquí este breve e incompleto recorrido por los mártires de la Literatura, un conjunto de autores cuya aciaga vida o prematura muerte han provocado un interés añadido por su obra.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Siento que se paraleliza en forma ambigua y generalizada la calidad de martir de los nombrados.
Se comienza con los roqueros que fallecen a edad prematura y luego se deriva a cualidades de malditismo y otras variantes que divergen del planteamiento original.
El arte no debe tener edades, ni otras etiquetas que rebasen el hecho de si tiene o no calidad por sí mismo.
En éstos aspectos se llega a discriminar en ambos extremos, en el joven o en el viejo.
Cuando leo o escucho o contemplo alguna obra ; ¿Qué tiene que ver la edad del autor?

basiliopc dijo...

Hola Carlos:
Quizás la edad del autor no tiene que ver con la calidad de la obra (aunque es imposible no encontrar rasgos autobiográficos en la Literatura), lo que no puedes negar es que el hecho de haber muerto de una forma o de otra influye en la fama póstuma del escritor.
Un saludo.

Marcos dijo...

Interesante, el tema de los malditos, que me atraen. En cuanto a los músicos, Def con Dos, me parece recordar, decían: "Oido a los martires de rock" además fue una canción muy oportuna, con motivo del suicidio de Kurt Cobain. Me resulto una grupo apestoso en su día, como me lo parece meterse con Amy Winehouse a día de hoy. Eso si que es hacer leña del árbol caido. Intuyo que a ti te gustan Def con Dos, disculpame este comentario que no va a ningún lado.

basiliopc dijo...

Hola Marcos. Gracias por el comentario. Tranquilo, que no me molesto por tu crítica a Def con Dos (no es que sea mi grupo preferido). Un saludo.