A un lado de la programación un hombre trata de explicar con detalle los pormenores de la actividad animal. Cómo un semental cubre a una yegua o cómo a un palomo le resulta imposible aparearse con una paloma por un difícil juego de equilibrio; y en este último caso, ese hombre, recurre al chiste fácil del 'palomo cojo' para explicar el origen del término.
Al otro lado de esa programación otro hombre pelea a viva voz por tratar de explicar con detalle los pormenores de la condición humana, o quizá debiéramos hablar de economía. ¿Condición humana o condición económica? Es la pregunta que parece ponerle sobre la mesa ese otro hombre a su interlocutor: José Luis Sampedro.
Entonces, a través de una de las formas más primitivas de comunicación, la conversación, discurre una explicación simplista de la existencia humana; una explicación sobre el empobrecimiento del hombre y sobre la manipulación no sólo mediática, también sistémica.
Y en medio, tú, receptor de conceptos primarios que, sin embargo, te suenan muy muy lejanos. La austeridad, explica Sampedro, es muy triste cuando te la imponen. En mi hambre mando yo, dice citando el pasaje de un libro escrito por Salvador de Madariaga.
La conversación, lúcida y profunda, da mucho de sí y hasta serviría para explicarnos a nosotros mismos dónde reside nuestra fuerza individual. Es quizá la forma de hacernos conscientes de nuestra verdadera importancia. De nuestro poder de cambio, nuestra capacidad de lucha para sobreponernos a eso que llaman Sistema, y destacar por encima del resto enseñando al mundo nuestro humanismo perdido.
Pero estas palabras, como la capacidad de influencia de esa conversación, se derrumban cuando miras los índices de audiencia y compruebas cómo el hombre que hablaba de caballos y palomos ha acabado imponiéndose a ese otro hombre que, con indudable capacidad crítica, quería hacer de la entrevista un arma de cambio masiva.
* A propósito del impecable programa 'Salvados. ¿Qué hago con mi dinero?', que anoche pudimos ver en La Sexta. Porque esa sí es forma de intentar espabilar nuestra conciencia y porque también ese debiera ser el camino si de verdad queremos pelear por dignificar la profesión periodística.
ÁLVARO PINTADO GONZÁLEZ