Presiono el botón de encendido del ordenador con la cotidiana tranquilidad que –al comenzar mi jornada- siempre acompaña esta acción. Ejecuto los programas para poder conectarme a los distintos servidores. Estoy listo, dentro de la maraña informática de ESOS.
A media tarde, nace un nuevo día para mí. Echo un vistazo a la pre escaleta y a los temas relevantes que vive este martes 7 de octubre. Busco mi nombre escrito sobre una pieza o unas colas. No tardo mucho en dar con el; lo encuentro junto a un texto que dice AFGANISTÁN: 7 AÑOS DESPUÉS.
Inmediatamente abro Internet Explorer y buceo en las agencias informativas, que me golpean con la cruenta actualidad de un país que huele a cadáver, silencio y olvido. Afganistán, la guerra olvidada por los medios –pienso-. Persigo las crónicas de este séptimo aniversario, las palabras de los corresponsales de guerra, el detalle de los analistas políticos: no encuentro nada. Hoy el mundo mira al segundo debate entre los candidatos a la Casa Blanca, mientras en Kabul los soldados de la Alianza sienten el aliento talibán en sus nucas. Husmeo en algunos diarios digitales árabes, norteamericanos, europeos. Me pierdo en la red en busca de: muertos-talibanes/civiles/soldados/niños, pérdidas económicas, situación estratégica de ambos bandos… Debo hacer una pieza resumen. Completa y contrastada.
Recabo todo cuanto es preciso sin pararme a pensar que cada número, cada “al menos” “cerca de”, cada uno de esos eufemismos tiene un muerto y una vida rota detrás: familias separadas y maltratadas por esa Guerra (contra el Terror, dicen las fuentes) que se alarga ya 7 años. La asepsia periodística debe inundarme y alcanzar mis dedos: escribir desprendiéndome de sentimientos inútiles. Sólo debo ser un mero transmisor; ¿o no? -me pregunta mi conciencia-.
Turno para las imágenes. Tarea de documentación. Pido todo cuanta haya llegado a la redacción de Afganistán, desde que el 7 de Octubre de 2001 Estados Unidos lanza la Operación Libertad Duradera. Más de 15 minutos de imágenes seleccionadas. Veo de todo: rostros manchados de sangre, jirones de piel en el suelo, cientos de cadáveres y entierros, bombardeos en una noche verde (extraño matiz de color para una guerra –pienso-), tropas norteamericanas capturan milicianos, niños lloran, hombres ríen, mujeres vestidas hasta los pies, montañas desiertas… y tranquilidad… quebrada por el impacto de un mortero. Tengo que montar mi pieza sin que eso influya en mí. Vuelvo a ser un mero transmisor (¿alguna vez lo he dejado de ser?).
Acabo. Editor y realizador dan el visto bueno.
Después, tiempo para otras noticias. Thailandia inmersa en la peor crisis política de su historia, Gaza se ahoga sin que nadie grite en su ayuda… Teletipos, textos, imágenes… Manipulo con mis ojos/manos/boca; consciente de que todo pasa factura… Nada se olvida en la memoria a largo plazo periodística.
Siguiente parada: analizar el poso que todo esto deja en mí.
Acabada la labor informativa abandono el estudio de televisión. Arranco el coche y, automáticamente, suenan los norteamericanos She & Him. Giro el volante a la izquierda (mis ideas con el) y pongo rumbo a casa. Descanso en hipócrita paz.
4 comentarios:
Vas a ser un buen periodista, ya lo eres.
Muy buen texto ;)
"El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve."
Que decía Machado y que has dicho tú de manera magistral con otras palabras.
Gracias por la feclicitación Compañeros! Siempre es un placer escribir sobre algo por lo que algunos sentimos pasión.
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